En la mitología griega, la fidelidad y el calor del hogar se atribuyen a Hestia, hija de Cronos y Rea. A pesar de pertenecerle algo tan esencial como el hogar, no protagoniza demasiados relatos ni muchas escenas mitológicas.
Los romanos se refirieron a ella como Vesta, hija de Saturno y Cibeles según su mitología, y adquirió más relevancia; Numa erigió para Vesta un templo en el que debía mantenerse continuamente vivo el fuego sagrado; las sacerdotisas, llamadas vestales, eran elegidas para custodiar el templo de Vesta y cuidar que ese fuego sagrado nunca se apagara; tal era su importancia pues representaba la eternidad del Imperio Romano.
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El Viajero Errante cerró su libro y contempló el horizonte. En noches como esa, cuando bien entrada la primavera comenzaba a ser agradable dormir en el exterior, recordaba la razón por la que había vuelto a esa región, y encontraba el ánimo para continuar caminando. Entendió que cuando perdiera el interés por contemplar ese horizonte sabría que el momento de partir habría llegado. Pero hasta entonces…
… hasta entonces, bastaría con encender una vela que le recordaba que por muy lejos que estuviera, Vesta se encargaría de acercarle a su hogar, aunque sólo fuera en su recuerdo, en su corazón.
Antes de emprender de nuevo el camino, el Viajero Errante escribió en su diario: “… mientras tanto, seguiremos caminando”
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