viernes, 25 de mayo de 2012

El final del primer viaje

Menton nació en el siglo XIII como sucesora del señorío de Puypin, surgido en 1146. Formó parte de la familia de los Vento hasta 1346. Charles Grimaldi, Señor de Monaco, compró a los herederos de Manuel Vento el señorío de Menton, y a partir de entonces la historia de esta villa estuvo ligada a la de Monaco, hasta 1848. En marzo de 1848, las localidades de Menton y Roquebrune se proclamaron “Villas libres”, para votar a favor de la anexión a Francia en 1860. El auge del turismo condicionó las tareas urbanísticas realizadas en Menton.

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Una vez recorrida la Costa Azul, desde la localidad de Saint Raphael-Valescure hasta Monaco, pasando por lugares como Agay, Cannes, Antibes, Niza, Beaulieu o Eze, no me quedaban muchos sitios pendientes de visitar en la costa.

Así que me fui a conocer el último pueblo francés antes de alcanzar la frontera con Italia: la última página de los primeros viajes realizados en mi retorno a la Côte d’Azur se escribió en Menton.

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La frontera franco-italiana: Menton.

Cuando nos bajamos del tren en Menton, sobre todo un domingo de marzo como me pasó a mí, descubrimos una villa desierta. Tan sólo los jugadores de tenis más madrugadores caminan por las calles para ir al Club de Tenis; por lo demás, la parte moderna de Menton apareció ante mis ojos desierta.

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Siempre que me refiero a los pueblos y ciudades de la Costa Azul, suelo decir que lo más interesante y bonito se encuentra en los cascos antiguos, donde por lo general encontraremos calles de plano irregular y muros pintados de colores cálidos: el Mediterráneo en estado puro.

En este caso mi opinión no es distinta. Recomiendo llegar a Menton, caminar en dirección a la playa y a continuación dirigirnos hacia el este, donde encontraremos al poco rato el Casco Viejo de la villa de Menton.

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En ese camino encontraremos edificios en primera línea de playa que nos llevarán a otros tiempos, quizá principios del siglo XX. Palacios y residencias de verano de los aristócratas de época, hoy convertidos en apartamentos y hoteles.

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Menton y la leyenda del limón

Cuenta la leyenda que Eva, a punto de ser expulsada del Paraíso, tomó con ella un limón. Adán la descubrió y la obligó a tirarlo. Eva, sin embargo, no quiso arrojar su tesoro e hizo la promesa de ofrecerlo al país más bello que encontraran en su destierro.

Fue al llegar a una pequeña bahía de la costa mediterránea, al abrigo de las montañas, donde Eva decidió dejar su limón.

“Ese sitio encantador, conocido hoy mundialmente, se llama Mentón. El fruto de oro se multiplicó”

Cada mes de febrero, Menton se llena de limoneros y mandarineros para celebrar la fiesta del limón. Y durante todo el año veremos las tiendas llenas de productos cítricos, perfumes, aromas, jabones…

 

El recorrido por el casco antiguo

La Guide du Routard –¡muchas gracias, Claire!- contiene una descripción del recorrido que recomiendan hacer por las calles del Casco Viejo de Menton.

Y allá me fui a seguirlo después de un paseo por el puerto.

Comenzamos por la Rue Longue para llegar hasta la Plaza de la Concepción (en donde se celebra el Festival de Música de Menton, cada mes de agosto) En esa plaza veremos la Capilla de la Inmaculada-Concepción (la imagen izquierda) y la Iglesia de San Miguel (la imagen derecha)

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P1240279A continuación, comenzamos a subir por la Rue Mattoni, que enlazará con la Rue de la Côte para tomar finalmente la Rue du Vieux-Château. Esta calle nos llevará hasta la cima de la colina de Menton, donde se encontraba el castillo y donde se conserva el cementerio, delimitado por un bonito bosque de cipreses.

Me encontré la puerta del cementerio abierta, y un señor que pasaba por allí me vio observando la entrada y me invitó a entrar. Yo le pregunté si merecía la pena –entrar a un cementerio no se encuentra en mi lista de preferencias a la hora de conocer un sitio- y él me respondió que sí.

Así que allí entré, disfrutando del silencio sobrecogedor de aquel lugar. Lo que más me llamó la atención fue la procedencia de muchos de los que allí descansan: la gran parte son extranjeros, debido a que Menton se convirtió en uno de los principales destinos a finales del siglo XIX para tratar la tuberculosis.

Una vez que salimos del cementerio, subimos un poco más y llegamos hasta el mirador, desde donde podremos disfrutar de una vista impresionante; Menton domina el paisaje y un poco más allá se encuentra ya la frontera italiana.

Menton, 19-3-12

Descendemos del Monte del Recuerdo hasta la Plaza de San Miguel, y llegamos a la Iglesia de los Penitentes Negros. La calle San Miguel nos llevará a multitud de tiendas, restaurantes y lugares donde poder tomar un café tranquilamente.

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Tengo que decir que me quedé con muchas ganas de ver más cosas en Menton. Me gustaron las calles estrechas que se pierden en esquinas llenas de balcones, con flores y faroles que nos llevan a una época completamente anterior.

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Un viaje por los pueblos mediterráneos no nos lleva a ningún paraíso exótico pero sí nos traslada a una época diferente; sus calles silenciosas nos llenarán de tranquilidad, y las gentes sencillas que allí habitan nos harán sentirnos acogidos con cariño. Pasear por los pueblos mediterráneos de la Côte d’Azur es, para quien lo hace dispuesto a dejarse llevar por la imaginación, hacer un viaje por lugares llenos de historia y cargados de recuerdos.

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Lo que más hice fue pasear por el pueblo, una parada para comer en el Caffé du Musée –una pizza cuatro estaciones espectacular acompañada de una Birra Nastro Azzurro, y…

… más allá: Italia.

Ya por la tarde, con el estómago lleno después de una buena comida y tras un buen café, eché a andar por el puerto en dirección a la frontera con Italia.

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Caminé y caminé –más de lo que había previsto- hasta alcanzar el puesto fronterizo, desde donde podemos ver la señal de la Unión Europea indicando nuestra llegada al país vecino.

Caminando llegaremos al puente Ludovico, que marca nuestra entrada definitiva en la tierra italiana.

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El Viajero Errante vio las gaviotas sobre el espigón de piedra que había al pie del puente. Tras su aventura recorriendo por segunda vez los territorios que conocía, y descubriendo aquellas regiones que aún le aguardaban, sentía que algo terminaba al pie del puente Ludovico.

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El paso de la frontera le traía un aire fresco que marcaba el cambio que había de producirse en su viaje. La aventura continuaba.

Las dificultades vendrían, las tormentas que anunciaba el horizonte gris le aguardaban, pero afortunadamente los dioses le habían sonreído. Con él estaban los Tres Ángeles de la Guarda, como los dioses protectores de la Antigüedad, ayudándole a resistir los vendavales y a superar las piedras del camino.

“… recuerda por lo que has luchado todo este tiempo…”

Decidió cruzar el puente. Una vez allí, si no se arriesgaba a continuar, nunca lo haría.

Y mientras sentía que una nueva etapa comenzaba, el Viajero Errante escribió en su diario:

“… mientras tanto, seguiremos caminando…”

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Aquí termina lo que podría denominarse la primera parte de mis viajes por la Côte d’Azur. “Nikaia Aeterna” seguirá su aventura con la publicación de mis sensaciones mientras el Destino (que, no lo olvidemos, es caprichoso) me permita seguir por aquí.

Han sido viajes cargados de recuerdos, que es lo que sucede cuando uno viaja cuatro años después por sitios donde vivió una experiencia intensa anteriormente. Ha habido viajes en los que he podido descubrir, también, lugares nuevos, y todo me lleva a decir que la Côte d’Azur es un sitio recomendable, con mucho más que el puro glamour que se ve en las recepciones de los grandes hoteles de la costa.

Con el cruce de la frontera italiana en marzo termino pues estos relatos por la Costa. Se termina una etapa, y las siguientes aventuras serán, os lo puedo asegurar, aún más originales: mientras esté por aquí tengo que aprovechar para conocer más la región… y eso me obliga a ir al interior, al pie de los Alpes.

18 de marzo de 2012: Visita a Menton y llegada a la frontera con Italia

Próximamente… ¡la Provenza!

martes, 22 de mayo de 2012

El paraíso de Agay

El Viajero Errante observó el cielo en la mañana. Las emociones de las primeras etapas de su viaje, llenas de recuerdos, le habían producido un cansancio que le llevó a descansar durante semanas.

Pero esa mañana había sentido, otra vez, el deseo de cumplir con lo que la Guía de los Secretos indicaba; su viaje debía continuar, conociendo más la región de la Côte d’Azur, descubriendo los orígenes, la historia y los secretos de su nuevo hogar.

Sus pasos le llevarían algo más allá de la Costa Azul, más allá de los límites de Nikaïa, al oeste… donde la tierra se vuelve roja y el paisaje deja al viajero espacios de tranquilidad. El Viajero Errante se dirigía hacia Agay.

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Como casi todos los viajes emprendidos en este 2012, la excursión comenzó desde la estación de Nice St Augustin. Es la estación más al oeste de Niza, muy cómoda para coger el tren si conocemos la región y estamos acostumbrados a movernos. Si no, es recomendable ir a la Gare Central SNCF, siempre habrá más información a nuestra disposición y más gente a la que preguntar.

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Mi intención inicial era ir a St Raphael, una ciudad que se encuentra ya en el departamento de Var, con lo cual se trataba de un viaje más largo de lo habitual. El trayecto me llevaría hasta Cannes, pasando por multitud de estaciones de tren en el entretanto, y después me tocaría hacer transbordo en Cannes-La Bocca, la última estación del departamento 06, Alpes Maritimes. A continuación, un nuevo tren me llevaría, por primera vez en mi vida, a un nuevo departamento en Francia.

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Ya en Cannes – La Bocca, donde tuve que hacer transbordo, aprecié el cambio que produce la lejanía con respecto a Niza; el paisaje cambia, hay muchísima menos masificación, y la tierra se torna roja, dejando atrás el blanco calizo de las estribaciones montañosas al sur de los Alpes.

El tren nos lleva en dirección a St Raphael atravesando las poblaciones de Mandalieu y Agay entre otras, entre montañas y túneles acercándonos a la Cornisa del Esterel, formación montañosa que precede nuestra llegada a St Raphael.

Y por fin, llegué a St Raphael, con la intención de ver una iglesia romana. Mi voluntad, sin embargo, se vio truncada cuando al llegar a la iglesia en cuestión me encontré con que se estaba celebrando un funeral; así que ni pude entrar ni hice fotos ya que fuera había familiares y conocidos del fallecido, y me dio palo ponerme en plan turista ante esa situación.

Aparte de la iglesia romana, a los 10 minutos de llegar a St Raphael tuve la siguiente sensación: ¿Y ahora qué hago? Porque realmente, St Raphael es una ciudad en medio de un paisaje desértico… que no tiene nada que ver, ni siquiera una ciudad bonita.

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Era temprano, y no quería perder el día por haber empleado cerca de dos horas en llegar a St Raphael. Encontré la alternativa rápidamente: tomaría el tren de vuelta pero haría antes una parada en Agay. El brusco cambio del color y las características del paisaje me habían llamado la atención, y una compañera del trabajo me había recomendado visitar esa zona.

Agay - Dramont: el paraíso de color rubí

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El tren nos deja en un apeadero, y pronto descubrimos que Agay es un pueblo pequeño, dispersado entre un paisaje montañoso que termina en playas de arena rojiza.

A un lado encontramos las montañas del este, que nos separan de la lejana Cannes y de la Niza ya perdida en el horizonte, y al otro lado tenemos el faro que corona la cima del Cabo de Dramont.

En Agay no hay más monumentos que la belleza de un paisaje singular donde reina el silencio. Podemos –y en mi opinión, debemos- optar por caminar en dirección a Dramont, que se encuentra a apenas veinte minutos a pie, y después podemos tomar el paseo por el Cabo y las montañas que lo rodean.

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Cuentan que este paisaje, entre el mar y la montaña, inspiró a Hergé para los paisajes de la aventura de Tintín en el cómic “La isla Negra”. A mí me parece posible, a ver a vosotros qué os parece.

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En resumen, no pude disfrutar demasiado tiempo de la visita a Agay ya que llegué cerca de las cuatro de la tarde y aún no eran días muy largos. Sin embargo, lo que vi me encantó y volveré, tengo pendiente entre otras la excursión recomendada por la Guide du Routard al Lago de l’Écureuil.

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El final, la foto con la llegada del tren que me llevaría de vuelta a Niza tras un largo día.

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Espero que el vídeo de mi paseo por el cabo de Dramont os acerque un poco las sensaciones vividas en ese lugar, y complete un poco la información y las imágenes mostradas anteriormente. ¡Disfrutadlo!

Imágenes tomadas el 28 de marzo de 2012.

domingo, 20 de mayo de 2012

El retorno a Eze y la conquista de la cima de Simboule

La Costa Azul, aparte de la Niza Eterna que una vez y para siempre me enamoró, tiene dos lugares que ocupan una parte imborrable de mis recuerdos. De uno ya hablamos, en nuestro primer viaje: Villefranche sur Mer.

El otro está más al oeste de Niza, y tiene la peculiaridad de hallarse fragmentado en dos zonas: aquella que está junto al mar, donde nos deja el TER, y esa otra que está en la cima de una colina, donde sólo llega la carretera tras un par de sinuosos tramos al dejar atrás Niza.

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El Viajero Errante abrió su Guía por la página correspondiente a esa aldea que los antiguos fenicios habrían dedicado a la diosa Isis.

Leyó las largas explicaciones del libro de los Secretos; supo así que en ese lugar se habían refugiado los habitantes de los lugares más cercanos a la costa, durante los numerosos asedios que se habían vivido a lo largo de la historia.

Miró al horizonte. Desde allí todo parecía tan lejano, tan distante… el adjetivo “Azul” para esa Costa era aún más cierto desde esa perspectiva. Tan alto, el mar se veía tan grande, y tan azul… y los montes, estribaciones meridionales de sus hermanos mayores los Alpes, tan verdes junto al mar… el paisaje era precioso.

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El Viajero Errante sabía que ese día un episodio terminaba. Las palabras de la Sacerdotisa, vaticinando un largo viaje a través del Desierto de la Duda , no dejaban lugar a duda:

“… pero antes deberás caminar por los terrenos conocidos...”

A las puertas de la fortaleza amurallada de Eze, el Viajero Errante supo de repente que estaba a punto de cruzar el último umbral conocido en esa región.

Eze era el último episodio de esa nueva historia escrita en capítulos que tenían un encabezado lleno de recuerdos. Lo demás sería realmente nuevo, no habría recuerdos, sino descubrimientos, no habría memorias, sino momentos… no reconocería las piedras de un camino ya recorrido porque la senda sería, a partir de entonces, completamente nueva.

Y el Viajero Errante dirigió sus pasos bajo el arco de bienvenida…

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EZE SUR MER – CAMINO DE NIETZSCHE – EZE VILLAGE

Cuando cogemos el tren en Nice St Augustin en dirección a Eze sur Mer nuestro trayecto no dura mucho. Apenas los instantes que el tren emplea en la parada de la Gare Central Nice Ville, una para más en Nice Riquier, y después lo que tarda en recorrer la distancia hacia Villefranche sur Mer, Beaulieu sur Mer, y por último el término que hoy nos ocupa, Eze sur Mer.

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Eze sur Mer

Eze sur Mer no tiene mucho que ver. Es un sencillísimo pueblo al borde del mar, con algunos bares junto al tramo de carretera que lo atraviesa y multitud de residencias y villas de verano. Tiene su encanto porque es pequeño y está al abrigo de una montaña plagada de verde… pero no es el pueblo con más atractivos del mundo, desde luego; y menos aún si tenemos en cuenta que la playa es diminuta y está llena de guijarros.

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La obligación para quien se dirige a visitar Eze es subir a Eze Village, esto es, el pueblo que está sobre la colina. Para llegar existen dos opciones: podemos ir en bus, desde Niza o desde Eze sur Mer; o bien podemos subir caminando, cogiendo la ruta que parte de Eze sur Mer y bordea la montaña de la Moyenne Corniche hasta llegar a Eze Village.

El Camino de Nietzsche

El sendero denominado “Chemin de Nietzsche” se toma desde Eze sur Mer, a pocos metros –apenas cincuenta- de la estación de tren. Es una ruta muy bien delimitada que une, a pie, Eze sur mer con su hermano Eze village; la distancia recorrida es de poco más de dos kilómetros, con el inconveniente de que el desnivel salvado es bastante grande y por tanto conviene tomarnos el ascenso con calma.

clip_image012El camino es precioso, bordeamos la colina y vamos dejando allá abajo a Eze sur mer, convirtiéndose en una imagen que, al término de nuestro ascenso, nos recordará a una maqueta de tren, y el mar aparecerá ante nosotros –si tenemos suerte y hace sol- más azul, si cabe, que en otros puntos de la región de la Côte d’Azur.

El final de la ruta al llegar a Eze Village es quizá lo más latoso del sendero; los últimos metros del sinuoso ascenso se salvan mediante innumerables escalones que convierten nuestro caminar en algo más tortuoso de lo que es a lo largo del trayecto.

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EZE VILLAGE

IMPORTANTE: Eze village no es nada recomendable para personas con movilidad reducida; los accesos a los locales, a las plazas y a las calles son todos, o casi todos, mediante escalones de piedra, irregular en muchos de los casos.

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Este pueblo aparece ante nosotros como una pequeña maqueta de la fortaleza de Minas Tirith, para los aficionados a la saga del Señor de los Anillos; los edificios, todos en piedra, con puertas de madera y barrotes de metal en las ventanas; los letreros, escritos con letras que recuerdan épocas medievales; los faroles, quizá no medievales pero sí, digamos, decimonónicos; y finalmente, la artesanía, los escudos, los emblemas, los símbolos que se pueden encontrar en las esquinas, locales y tiendas de arte de las pequeñas callejuelas de Eze… todo ello crea una atmósfera muy difícil de describir, pero sorprendente y atrayente en cualquier caso.

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El mejor consejo que se puede dar si vamos a visitar Eze, es que vayamos ya sea pronto por la mañana o tarde por la tarde, puesto que es un pueblo con una gran afluencia de turistas durante todo el año, y el tamaño de las calles provoca incomodidades si vamos “en hora punta”

No se puede dejar de visitar el Jardín Botánico, más que por el interés en las especies allí guardadas, por la vista que hay de Niza y la parte oeste de la Côte d’Azur; la capilla de Nuestra Señora de la Asunción, con el amarillo y beige tan característico de las iglesias de esta región; y veremos el Relais & Châteaux “La Chèvre d’Or”, hotel-restaurante que ocupa una gran parte del pueblo y que funciona dando servicio de hospedaje respetando con bastante sintonía la atmósfera que se respira en el lugar.

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El Viajero Errante terminaba su viaje de recuerdos. Una nueva etapa en su camino comenzaba, dejando atrás las memorias imborrables de un momento irrepetible, revividas de alguna forma a través de un viaje inolvidable entre las villas y ciudades levantadas al borde del mar. Villas y ciudades con historia, conocidas hacía tiempo, quedaban atrás; ante él se abrían nuevos caminos de esa región que aún tenía secretos esperando a ser descubiertos.

Antes de seguir su camino, antes de dirigir sus pasos lejos del Desierto de la Duda y adentrarse en las Montañas del Porvenir, recordó las últimas palabras pronunciadas por la anciana que le ayudó a encontrar el baluarte.

No busques en otros las respuestas que sólo puedes encontrar en tu interior

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LA GRANDE CORNICHE: HACIA LA CIMA DE SIMBOULE Y EL FORT DE LA REVÈRE

Una vez que hemos visto Eze Village, que hemos caminado por sus calles viendo las tiendas de cristalería y cuero tradicional, hemos terminado con el capítulo urbano de nuestra visita.

¿Qué podemos hacer a continuación?

Cuando salimos del casco antiguo de Eze Village podemos dirigirnos al Hotel Du Golf a comer, es una buena opción. Se come bien, ofrecen una especialidad del día, y de precio, para estar en uno de los puntos turísticos más importantes de la Côte d’Azur, es asequible (25 euros por plato, postre, café y cerveza es muy asequible en esta región)

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Otra opción, si aún nos quedan fuerzas después de haber recorrido el Camino de Nietzsche, es continuar nuestro ascenso hasta la Cima de Simboule.

Dejamos atrás la senda de Nietzsche, Eze Village y tomamos la Avenida de Verdun, dirección Monaco-Menton. Caminamos a lo largo de aproximadamente 500 metros y tomamos el desvío que hay indicado a la izquierda.

clip_image032Y el ascenso comienza, entre bosques que irán desapareciendo conforme los metros se superan, en favor de arbustos y hierbas bajas. El sendero es fácil de seguir, y además hay muchas indicaciones de color amarillo que señalan cada uno de los desvíos.

El tiempo de ascenso es ligeramente inferior al indicado en el cartel informativo, si estamos acostumbrados a caminar por la montaña. Si no estamos habituados, la pendiente es fuerte pero encontraremos muchos sitios donde parar y tomar aire.

Y por último, cuando llegamos arriba, vemos toda la plana occidental de la Côte d’Azur, el aeropuerto y Niza, el cabo de Antibes, y si el día es claro alcanzaremos a distinguir la silueta de la Cornisa del Esterel, ya en el departamento de Var. Al este encontramos las montañas que abrigan Monaco y los últimos kilómetros del reino francés, Menton, antes de alcanzar la frontera italiana en Ventimiglia.

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¿Qué hay que ver en la Cima de Simboule además de un increíble paisaje? Por un lado, el Parque departamental, con un aula explicativa de todas las especies animales típicas de la región. Por otro, el Fort de la Revère, una fortificación en la misma cima que sirvió como prisión y depósito de prisioneros desde su construcción en 1885. La historia del fuerte es peculiar, y merece la pena echarle un vistazo: En savoir plus… Le Fort de la Revère.

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Y con las vistas desde la Cima de Simboule, así como de los Alpes, termino la narración de una de las excursiones más bonitas que hice en la Côte d’Azur. En 2008 prometí volver a Eze, porque me impactaron su belleza y sus vistas; el retorno a Eze en 2012 trajo de regalo el descubrimiento de la ruta a la Cima de Simboule, un remanso de paz entre la marea de turistas que baña cada rincón de las playas de la región.

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Un último café, esperando al tren que me llevaría de vuelta a Niza, es la foto de cierre, junto con el vídeo de despedida con dedicatoria final.

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