viernes, 30 de marzo de 2012

La Senda del Oro y la Luz

Una vez un viejo maestro le habló al Viajero Errante de esa senda que a veces encuentran los hombres: la de los sueños cumplidos, las metas alcanzadas, la gloria de las hazañas conseguidas…

- Ten cuidado, Viajero- le dijo el maestro- Cuenta la historia que muchos hombres que creyeron encontrar en esa senda el camino más fácil perdieron pronto la fuerza para afrontar las siguientes dificultades del camino.

- Pero maestro- replicó el Viajero– ¿por qué es un error querer recorrer la Senda de los Sueños?- El Viajero Errante nunca olvidará la cara que puso entonces su maestro.

- Necio. No te he dicho que sea un error querer recorrer esa senda… el error es considerarla el camino más fácil y olvidar que siempre hay otra batalla que ganar.

“Siempre hay otra batalla que ganar…" ¿dónde había leído antes el Viajero Errante esa frase?

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El Viajero Errante abandonó pronto la casa. Descendió por la callejuela que separa el Hospital de la costa y desde allí caminó unos metros más hasta descender a las piedras de la playa.

Era una mañana tranquila y calurosa de julio. Sobre él, el Viajero Errante tenía un cielo cubierto con estrellas suspendidas en la oscuridad que precede al amanecer. Ante él, a lo lejos, el horizonte mostraba la primera claridad del alba. “Llego justo a tiempo”, pensó. Había sido difícil descansar para estar bien y llegar a tiempo de verlo. Pero… ahí estaba.

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Silenciosamente, el horizonte fue transformando su color. Primero, azul oscuro casi negro, el cielo mostraba las estrellas que reinaban la noche; poco a poco el azul oscuro comenzó a aclararse, dando paso a un color más claro, haciendo desaparecer algunas estrellas. Todo era tan lento que era imposible contar los segundos entre que una estrella y otra desaparecía. Como una sinfonía en la que muy despacio cada instrumento deja de tocar, cada bola brillante del cielo fue dejándose de ver. Después se produjo uno de los espectáculos visuales más bellos que había contemplado nunca. El azul claro que precedía al amanecer fue mezclándose con tonos violáceos que venían desde el horizonte.

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Como si alguien hubiera abierto entonces una puerta, una suave brisa comenzó a soplar entonces. “Qué bien hice en bajarme el manto”, pensó. Tras percibir el cambio de temperatura se sumergió de nuevo en la contemplación del espectáculo que tenía ante sí.

Sobre él, el cielo se coloreaba gradualmente de tonos azulados y violetas, y en el horizonte comenzaban a aparecer tintes amarillentos. Ojalá pudiera describirse cada tonalidad, porque en ese instante en el cielo no había un sólo cuadrante con el mismo color; cada centímetro, cada parte del cielo le regalaba un color con una intensidad y un brillo diferentes.

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Con la misma lentitud pero la misma magnificencia, los tonos azules, violáceos y amarillentos se mezclaron y dieron paso a un color más claro, más brillante y a la vez más sutil. Habría dicho que era blanco, pero no lo era… simplemente sus ojos percibían un color que su mente no identificaba. Y ante él, entonces, apareció.

¿Cómo describirlo? Estaba viendo algo grande, comparable con absolutamente nada de lo que había contemplado hasta ese momento, porque lo que estaba viendo en ese instante era como ver la vida que comienza: la naturaleza le estaba regalando la primera luz del día.

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El color rojo estaba concentrado en el horizonte. Sin embargo, ¿era rojo, granate, morado o violeta? Quizá ninguno de los cuatro, quizá una mezcla de todos los anteriores, lo único cierto era que todo estaba concentrado en ese horizonte, que parecía arder a la temperatura del color que lo bañaba. Como una explosión de color, la luz del horizonte se fue difuminando… como la vida que ha nacido y crece. Perdió intensidad pero ganó en brillo, extendiéndose por todo el cielo y barriendo definitivamente la oscuridad de la Noche.

La batalla entre la Luz y las Tinieblas había terminado, como todas las veces que se libraba, con victoria para el mismo bando; otra batalla se libraría horas más tarde con resultado contrario. Pero en ese momento, la Luz saboreaba su victoria esparciendo su reino en cada hueco de las calles, de las casas… de la ciudad entera.

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Aún faltaba el último episodio de la obra que se estaba representando en la sala de teatro más bella jamás construida. Era como el truco final. El canto de los pájaros, que habían estado en silencio hasta ese momento, le avisó de que se acercaba. Y no se equivocó. En el horizonte se produjo una nueva explosión de rojo intenso pero más breve que la anterior, y dio paso a un pequeño reflejo amarillo sobre las aguas. Pero esta vez no era una luz que surgía con intensidad en el horizonte y luego se extendía por el cielo; la luz estaba concentrada en un punto, un punto amarillo y muy brillante, que se elevaba lentamente y sin detenerse.

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Sólo los pájaros se escuchaban en ese instante. La salida del sol acallaba todo lo que en ese momento pisaba la faz de la Tierra… y es que callar es lo único que se puede hacer cuando lo que se contempla es grande.

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Allí estaba. Había soñado con verla mucho tiempo. Debería aparecer enseguida, sobre las aguas, como los Viejos Libros describían. Además de las enseñanzas de su maestro, el Viajero Errante sabía que tradiciones milenarias explicaban también cómo extraer el Oro que el Sol echa cada mañana sobre el Mare Nostrum, y que es posible recoger si se encuentra la Senda.

Y en efecto, al poco rato de ver aparecer con grandeza el Sol, sobre las aguas vio la Senda de los Sueños. Era difícil acordarse de las lecciones de su maestro cuando, contemplando las aguas en ese instante, todo apareció claramente ante sus ojos: el camino, que llegaba hasta donde él estaba al borde del Mar; y el oro, que brillaba claramente sobre las aguas.

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En una ocasión, el Viajero Errante había contemplado esas aguas con la mirada desafiante de quien se cree capaz de lograr fácilmente cualquier cosa. Por suerte, su maestro apareció justo a tiempo para recordarle que debía afrontar las dificultades con fortaleza y esperanza, en sí mismo y también en los demás.

Contemplando de nuevo el paisaje de la mañana entendió que todo era tan distinto ahora… no era difícil acordarse de las enseñanzas del Maestro. El Viajero Errante tenía claro que no debía olvidar que la Senda de los Sueños no era necesariamente fácil… que muchos habían perdido la cabeza y la vida por no tener la fuerza necesaria de recorrerla.

Por suerte sabía lo que debía hacer si la perdía de nuevo. El Mare Nostrum regala cada mañana muchas cosas; no sólo Oro… también Luz, la Luz necesaria para continuar con nuestra senda particular, sin importar lo sinuoso del tramo en el que nos encontremos.

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Y el Viajero Errante escribió en su diario: “… mientras tanto, sigamos caminando”

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