viernes, 15 de junio de 2012

Noches en blanco y negro

Después de una semana más larga que las anteriores, uno llega a casa y sabe que, si fumara, ese sería el instante en el que encendería un cigarrillo. Sentado en la terraza, bajo las estrellas de un cielo mediterráneo, al fresco de una primavera resistiéndose a terminar, la semana termina.

Esta fue la semana del rescate, la semana que, estando a apenas 600 kilómetros de España, más lejos de mi país me sentí. Entiendo que pueda resultar extraño que, a la vista de las noticias que llegan desde allí, lo último que uno espera escuchar en boca de alguien es “quiero volver a España”; pues en mi caso, más me confirman que volver es complicado, más desearía no tener que quedarme aquí huyendo de la crisis.

Huir de la crisis no fue en ningún instante un motivo que me llevara a estudiar en Les Roches y detesto pensar que vaya a “tener que” quedarme aquí a causa de ella. Y maldigo a cuantos parece no importarle que haya miles de españoles que vayan a tener que marcharse lejos de sus casas por la pésima gestión del enorme problema que tenemos.

Esta fue, además, la semana del séptimo Roland Garros de Rafael Nadal. Después de haberle visto en directo hace ya casi dos meses, cambian las sensaciones al verle ganar por televisión. Pero la emoción es la misma: la doble falta de Djokovic me hizo levantar el puño de alegría –eso sí, con discreción, que para eso estaba en horario laboral y de cara a los clientes mal quedaba ponerse a dar voces en el bar del Radisson Blu Nice-

Como yo no fumo, y la verdad no tengo en mente empezar, cambio el cigarrillo por un Gin Tonic improvisado, poco cargado de ginebra y acompañado de unas gotas de limón, y mientras observo el horizonte descubro que la nostalgia aprieta más cuánto mayor es la distancia que nos separa de nuestros seres queridos.

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Caminamos, caminamos despacito pero seguimos adelante, que es lo más asombroso de todo. Contra viento y marea, contra tormentas y tempestades, vientos crueles que azotan el casco de nuestro barco. La “otra” batalla que siempre toca afrontar está ahí, ante nosotros, como un reto eterno que nunca desaparecerá.

Pero por un instante, sólo por un instante, mi Gin Tonic me da una tregua y desde mi terraza el mundo parece convertirse en un buen lugar para vivir.

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Y mañana… mañana ya veremos.

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