lunes, 19 de noviembre de 2012

Tan cerca, tan lejos.

Fue una tarde diciembre de 2000. Recuerdo que yo estaba sumergido entre papeles, haciendo deberes para el colegio, era época de exámenes, quizá el agobio correspondiente a esos tiempos, previo a las vacaciones de Navidad.

Aquel Juan Carlos Ferrero, del que todos comenzaban a hablar, clavó el paralelo contra Lleyton Hewitt. Un golpe para la historia, injustamente olvidado por los Premios Príncipe de Asturias del Deporte, que colocaba a España ¡por primera vez! en la cima de la más prestigiosa competición de tenis por países. Un golpe que levantaba a mi padre de su asiento como nunca jamás lo volvería a hacer.

La Ensaladera encierra la historia de equipos que marcaron etapas en este deporte. Me viene a la mente el precioso resumen que hace Fausto Gardini del éxito y el declive del tenis italiano en torno a la mitad del siglo pasado en el prólogo del libro “El tenis en 13 lecciones”; cómo describe el desarrollo de los tenistas italianos en torno a los éxitos cosechados en la Copa Davis, y cómo una derrota en esta competición precisamente estableció el final de la que había sido una época dorada –y hasta ahora, irrepetible-.

En lo que a España se refiere, no es distinto. Desde la Davis del 2000, hasta hoy, hemos vivido una época inolvidable, de la mano de jugadores con nombres y apellidos grabados para siempre en las hemerotecas deportivas. Esta, la número 100, se nos ha escapado. No siempre se puede retar a la lógica ni vencer al pronóstico. La República Checa, merecida vencedora, ha tenido que sudar lo suyo para llevarse la victoria en el quinto partido. 32 años han tenido que esperar… casi nada.

Antes de ir a dormir, el recuerdo de cómo empezó todo: ese paralelo de Juan Carlos una tarde de diciembre del 2000. Lo que vino luego queda más cerca, nos lo sabemos muy bien. Pero lo de antes, lo que hubo que esperar hasta conseguir la primera, queda ya muy lejos. No olvidemos ninguna de esas distancias; será la única manera de que el tenis español vuelva a lograr pronto levantar la Ensaladera.

jueves, 15 de noviembre de 2012

El interior de la Côte d'Azur (II) Entreveaux

Un viaje al norte de la Côte d'Azur
que nos llevará al departamento des Alpes-de-Haute-Provence.
Un viaje al pasado medieval,
al corazón de una villa fortificada.
 
Próximamente...

 
Encuentra la foto original y el resto de informaciones aquí

domingo, 11 de noviembre de 2012

El interior de la Côte d’Azur (I) Gorges du Verdon


Ver mapa más grande

Puedes leer aquí el relato del Viajero Errante al pie de las Montañas del Porvenir.

Desde la costa de Niza a los límites de la región de Var

El viaje en coche desde Niza hasta la Palud sur Verdon por la autopista A8 nos lleva dirección a Cannes por el interior. Es una autopista de mucho tráfico, tanto de turismo como de transporte de mercancías, por lo que conviene circular con cuidado.

Una vez alcanzamos el desvío correspondiente para tomar la salida número 36 dirección Draguignan, circularemos por la carretera D1555 para ir adentrándonos cada vez más en los frondosos bosques que abundan en esta región.

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El trayecto por la D1555 es breve, en la tercera rotonda que nos encontramos habrá que tomar la salida en dirección D54, y a continuación habrá que coger el desvío que nos lleva hacia la carretera D955, dirección Aiguebelles. La D955 será durante un buen rato nuestra referencia.

Continuaremos por la D955 después del desvío hacia Trigance. Mucho cuidado: la señalización, de un primer vistazo, parece indicar que La Palud sur Verdon se encuentra en el trayecto de Trigance; habrá que continuar, sin embargo, por la derecha, dejando Trigance a nuestra izquierda.

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Si por cualquier razón nos desviamos y continuamos hacia Trigance, la carretera irá por la margen izquierda de la Garganta del Verdón y habrá que dar un rodeo hasta llegar a La Palud. Sigamos siempre pues por la D955.

Ya casi estamos llegando. La carretera gira y vemos un puente, a continuación del cual vemos la señal para tomar la carretera D952, que es la que, en pocos minutos, nos hará llegar por fin a nuestro término.

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Le Perroquet Vert – Tienda-restaurante-hotel de montaña

Se trata de una antigua casa restaurada y habilitada para acoger a montañeros. Está limpia, cuidada, y decorada con multitud de motivos de montaña, senderismo y escalada.

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En su página web tienen información sobre todos los servicios que ofrecen, los productos que podremos encontrar en su tienda, los precios, los horarios y las vías de acceso.

Le Perroquet Vert
Rue grande
04120 La Palud sur Verdon
France

Tél : +33 (0)4 92 773 339
e-mail : info@leperroquetvert.com


Un paseo en coche por la garganta del Verdon

Disfrutando del paisaje que nos rodea cuando vamos en coche a través de la garganta del Verdon creí estar ante una de las carreteras más espectaculares por las que nunca circulé. Mi opinión se vio reforzada cuando hablando con algunas personas de Niza, me dijeron que cuando se van de vacaciones no es raro que den algún rodeo sólo con tal de circular por ahí.

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El recorrido discurre entre leves subidas y bajadas con curvas constantes, siguiendo los accidentes del cañón. La ausencia de quitamiedos y barandillas en la mayoría del trazado nos permite disfrutar de las espectaculares vistas en todo momento.

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Y como una imagen no es suficiente, prometo volver y traer un vídeo con el trazado completo de esta carretera.

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Senderismo por los alrededores

En la oficina de turismo de La Palud sur Verdon se pueden conseguir folletos con información sobre todas las actividades que ofrece el lugar. Uno, que es aficionado al senderismo, tiene en su poder un pequeño catálogo con 13 rutas propuestas.

Nosotros, que en ese momento no íbamos demasiado bien equipados, nos decidimos, siguiendo además la recomendación de la recepcionista del Perroquet Vert, por la ruta número 1 (Sentier Blanc – Martel), que nos lleva desde el Chalet de la Maline hasta el fondo de la Garganta.

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El paisaje se disfruta aún más que desde la carretera y las vistas del río desde la pared del cañón son sobrecogedoras.

La ruta sigue hasta completar un recorrido de 16 kilómetros. A pesar de que el catálogo valora la ruta con un nivel difícil, mi valoración personal es que, caminando con cuidado, la ruta nos permite disfrutar de un entorno maravilloso sin complicarnos demasiado la vida.

Imprescindible, como siempre que se sale a caminar, llevar agua suficiente, contar con un mínimo ideal de litro y medio por persona. Importante, además, llevar puestas nuestras botas de montaña –nunca nuevas- y llevar en nuestra mochila un peso normal, sin llevar la casa a cuestas. Con estas indicaciones y teniendo en cuenta que la ruta está muy bien indicada –seguir las señales blancas y rojas- no creo que haya que tener “miedo” de caminar por la garganta del Verdon.

Prometo completar mi opinión personal cuando haya realizado la marcha completa.

Y después de un buen paseo por el Sentier Blanc, nos despedimos con unas vistas del Lago de Sainte Croix.

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El lago de Sainte Croix

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Les Gorges du Verdon, desde el lago de Sainte Croix

Hasta aquí la primera de mis aventuras otoñales. Comienza así el recorrido por la Provence… ¡continúa el otoño en la Côte d’Azur!

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Al pie de las Montañas del Porvenir

De repente se despertó.

El frío del amanecer dejaba su rostro helado. Allá abajo, entre las paredes del cañón, el agua caía con fuerza a través de la garganta.

Los árboles dejaban ver ligeros tonos verdes, amarillentos y rojizos con las primeras luces del día. Atrás quedaba el decisivo paso del puente Ludovico. El mar y los amaneceres que le habían acompañado durante su travesía por la costa habían dejado paso a las primeras lluvias de octubre.

Ahora, en otoño, los caminos se cubrían de hojas caducas y el cielo estaba plagado de las aves que migraban hacia otros lugares con temperaturas más agradables.

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Mientras, en el otro lado del Mundo, las Parcas se encontraban ocupadas hilando la madeja del Viajero Errante y de todos los seres de la Tierra.

Qué miedo da, a veces, que ese hilo sea bordado con la calidad, el material, el estilo y el resultado que nosotros deseamos.

Supongo”, escribió el Viajero Errante en su diario, “que tenemos cierto miedo a que todas las piezas encajen.” Su viaje aún no había terminado. Levantó la vista. Enfrente de él, el camino continuaba hacia el norte, deslizándose entre los salientes picos de las rocas.

Allá en lo alto las águilas buscaban las primeras presas del día. El primer rayo de sol inundó el cañón, llenando el entorno de luz y de vida.

El Viajero Errante se levantó. La ruta hacia las Montañas del Porvenir no había hecho más que comenzar…

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viernes, 26 de octubre de 2012

Un otoño en la Côte d’Azur

De recuerdo de los días que nos regala octubre, una postal nada imaginada de la costa sur francesa. Si el mes pasado decíamos adiós al verano, días como estos nos recuerdan que nos hemos adentrado en pleno otoño.

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Y para acompañar una mañana de viernes, una pequeña pieza musical:

¡Feliz Viernes!

domingo, 30 de septiembre de 2012

… cuando septiembre termine.

Green Day–Wake me up when september ends

Adiós a las playas abarrotadas, a los chiringuitos y a las playas privadas, a las fiestas privadas en los áticos de algunos de los hoteles con más renombre de la Costa Azul… y hola a las tazas de café caliente, a las tardes de películas en vez de largos paseos por la Promenade des Anglais. El otoño se abre paso y así lo deja claro la tormenta que me acompaña mientras escribo estas líneas.

amanecer 2

El verano terminó ya hace unos días… y Niza descansa más tranquila.

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EL DESTINO y LAS PARCAS

Cuenta el mito que el Destino era hijo del Caos y de la Noche. Tenía bajo sus pies la Tierra y sobre sus manos una urna. En esa urna fatal estaba encerrada la suerte de todos, mortales y dioses incluidos. Las decisiones que tomaba, ejecutadas por las Parcas, eran irrevocables.

Las Parcas eran tres, y a cada una le correspondía una tarea.

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Así, a Cloto le había sido asignada la tarea de prender hilos de todos los colores y todas las calidades en su rueca; de seda y oro para los hombres cuya existencia había de ser feliz; de lana y cáñamo para aquellos que, determinados por la urna del Destino, estaban condenados a la desgracia.

A Laquesis le correspondía completar la labor de Cloto arrollando los hilos que ésta le presentaba.

Y finalmente, a Atropos, la mayor, le correspondía la labor de supervisión. Con una mirada atenta, triste y melancólica, inspeccionaba el trabajo de sus hermanas y, valiéndose de unas tijeras muy largas, cortaba de improviso el hilo fatal.

Giusppe Verdi-Overtura de la Opera “La Forza del Destino”

Me gusta el relato del Destino unido a la escucha de la Obertura compuesta por Verdi. En ella escuchamos las tres llamadas, dos veces además, del Destino a nuestra puerta. ¿Para qué? No lo sabemos, para ello hemos de abrir la puerta y descubrirlo por nosotros mismos.

A continuación, Cloto aparece en nuestra mente tejiendo los hilos que le corresponden a cada mortal.

Minuto 1.40: la elección de Cloto entre la felicidad y la desgracia de los hombres, el eco del Destino que sale de la urna determinando la suerte de los hombres; los mortales, que nada pueden hacer una vez que su hilo ha entrado en la rueca.

Minuto 3.30, Laquesis ayuda a Cloto a hilar la madeja de los hombres, que se prestan a hacer frente a todas las dificultades que se van a encontrar en el camino, ya sea la felicidad de los buenos momentos los dramas y sinsabores por los que hay que pasar…

Minuto 4.45: la solemnidad de un momento que lo cambia todo. Ese instante en el que somos conscientes de que no todo está bajo nuestro control, y que nuestra suerte pende del hilo que Laquesis enroca en su máquina de tejer. Instantes después oiremos cómo Cloto y Laquesis trabajan tejiendo la bola que forma nuestro Destino, el que nos es reservado de forma única y exclusiva a cada uno de nosotros.

Hasta llegar al final, en los últimos instantes, cuando la tijera de Atropos, caprichosa sirviente del Destino, corte finalmente ese hilo del que pende nuestra existencia.

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El primer otoño del Viajero Errante en Nikaïa

viernes, 15 de junio de 2012

Noches en blanco y negro

Después de una semana más larga que las anteriores, uno llega a casa y sabe que, si fumara, ese sería el instante en el que encendería un cigarrillo. Sentado en la terraza, bajo las estrellas de un cielo mediterráneo, al fresco de una primavera resistiéndose a terminar, la semana termina.

Esta fue la semana del rescate, la semana que, estando a apenas 600 kilómetros de España, más lejos de mi país me sentí. Entiendo que pueda resultar extraño que, a la vista de las noticias que llegan desde allí, lo último que uno espera escuchar en boca de alguien es “quiero volver a España”; pues en mi caso, más me confirman que volver es complicado, más desearía no tener que quedarme aquí huyendo de la crisis.

Huir de la crisis no fue en ningún instante un motivo que me llevara a estudiar en Les Roches y detesto pensar que vaya a “tener que” quedarme aquí a causa de ella. Y maldigo a cuantos parece no importarle que haya miles de españoles que vayan a tener que marcharse lejos de sus casas por la pésima gestión del enorme problema que tenemos.

Esta fue, además, la semana del séptimo Roland Garros de Rafael Nadal. Después de haberle visto en directo hace ya casi dos meses, cambian las sensaciones al verle ganar por televisión. Pero la emoción es la misma: la doble falta de Djokovic me hizo levantar el puño de alegría –eso sí, con discreción, que para eso estaba en horario laboral y de cara a los clientes mal quedaba ponerse a dar voces en el bar del Radisson Blu Nice-

Como yo no fumo, y la verdad no tengo en mente empezar, cambio el cigarrillo por un Gin Tonic improvisado, poco cargado de ginebra y acompañado de unas gotas de limón, y mientras observo el horizonte descubro que la nostalgia aprieta más cuánto mayor es la distancia que nos separa de nuestros seres queridos.

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Caminamos, caminamos despacito pero seguimos adelante, que es lo más asombroso de todo. Contra viento y marea, contra tormentas y tempestades, vientos crueles que azotan el casco de nuestro barco. La “otra” batalla que siempre toca afrontar está ahí, ante nosotros, como un reto eterno que nunca desaparecerá.

Pero por un instante, sólo por un instante, mi Gin Tonic me da una tregua y desde mi terraza el mundo parece convertirse en un buen lugar para vivir.

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Y mañana… mañana ya veremos.